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Historia del Instituto

Semblanza Histórica del "Gerardo Diego"
Un instituto con historia

Tempora mutantur et nos mutamur in illis.
Los tiempos cambian y nosotros cambiamos con ellos.

El «Gerardo Diego» tiene ya una larga vida, algo que no se nota en una primera visita al Centro, pues salta a la vista que el edificio, con un diseño actual y con instalaciones modernas, es de hace pocos años. El vestíbulo, por ejemplo, es muy resultón, agradable y con ciertos aires de grandeza. Todo eso podría invitar a pensar que fuera de creación bastante reciente. Pero las instalaciones materiales, siendo muy importantes, no lo son todo, ni mucho menos. Y así como una familia sigue siendo la misma aunque cambie de casa, de igual manera en este edificio se continúa una historia que comenzó hace ya casi cuatro décadas en el centro del barrio de La Estación. En la avenida de Juan XXIII, enfrente de la gasolinera, puede verse el antiguo edificio que fue su primera sede y que ha sido remozado recientemente para satisfacer otras necesidades educativas del municipio.

Al ponerme a escribir unas líneas que recojan los hitos más sobresalientes de esos cuarenta años de vida del Centro, se me ha venido a la mente el viejo adagio latino con el que encabezo el artículo. Que el tiempo lo devora todo es algo que se comprueba con palmaria evidencia cuando se echa la vista atrás para recopilar cuarenta años de historia. Todo ha cambiado. También nosotros hemos cambiado en similar medida, y no me refiero sólo a los que hemos trabajado en el Instituto tantos años, sino incluso a todos los habitantes de Pozuelo que han estado en cierta manera en relación con él, lo mismo que el resto de la sociedad.

Paso a mencionar los momentos fundamentales que han hecho historia en la vida del «Gerardo Diego». El orden cronológico nos obliga a empezar por los primeros años. Vaya por delante que estamos ante una secuencia de hechos bastante vulgares, es decir, que la existencia del Instituto no ha estado jalonada de grandes acontecimientos, tal como suele ocurrir con la vida de la gente humilde. Después de todo también él nació pobre. Y feo y malparado, como hijo de las penurias económicas de aquella época. Ni siquiera recibió el «título» de Instituto, sino que fue una especie de «sucursal» del Cardenal Cisneros, a la sazón uno de los más importantes Centros de Enseñanza Media de Madrid. Corrían los años sesenta del pasado siglo y la política ministerial de entonces creó con buen acierto «Secciones Delegadas» en la periferia para evitar los traslados del alumnado al centro. Así nació (tal como rezaba sobre la puerta de entrada en letras de molde) la «Sección Delegada tipo A de Pozuelo». No tuvo una infancia fácil. Sus primeros Jefes de Estudios (la máxima autoridad en este tipo de centros) fueron sucesivamente Victoriano Colodrón y Luis Sánchez Tembleque.

1973

En 1973, como si hubiera llegado a la mayoría de edad, se dieron los primeros pasos para convertirlo en Instituto dotándolo de varias cátedras

1974

En octubre de 1974 apareció en el BOE con el nombre de «Instituto Nacional de Bachillerato de Pozuelo de Alarcón»

Aquellos fueron años duros, casi heroicos, en los que todos derrochamos entusiasmo y esfuerzo para echarlo a andar y dotar a la enseñanza allí impartida de un cierto prestigio. La competencia de la enseñanza privada en el municipio era muy grande, y tuvimos que luchar con dureza para abrirnos camino. Al estar ubicado en una zona calificada como zona verde, no había posibilidad de ampliar sus instalaciones. Por eso hubo que suplir las múltiples deficiencias con mucho ingenio y dedicación, mediante continuas y molestas reformas. Hoy era uno de los dos patios cubiertos que desaparecía para hacer un aula de dibujo. Al año siguiente se empleaba el otro para ampliar el gimnasio. Al mismo tiempo hubo que ingeniárselas para encontrar huecos para la secretaría, los seminarios, la sala de visitas…

1974-1977

Es de justicia citar aquí a los sucesivos directores que, apoyados por el claustro, derrocharon entusiasmo para suplir en lo posible tales deficiencias. Después del que suscribe, a quien le tocó la tarea de ponerlo en marcha como Instituto en el trienio 1974-1977, vinieron sucesivamente Manuel Ayuso, Carmelo Solano, Teresa Conde, Francisco Javier Hering y María Jesús del Arco.

No sé si leerá este artículo alguno de los alumnos de aquellos años. Si por fortuna eso ocurre, estoy seguro de que tendré su total asentimiento al afirmar que aquélla fue una época caracterizada por una excelente enseñanza y por un ambiente de auténtica libertad, que ofreció un agradable lugar de estancia y trabajo a la adolescencia y primera juventud de muchos que hoy ya peinan canas, o casi. Y no era sólo por las clases o la relación con los profesores. Incluso fuera del horario escolar los patios estaban también llenos de chicos. Los sábados su exiguo campo deportivo era escenario de competiciones o simples ejercicios para pasar sanamente el tiempo. El asiento de piedra de la entrada estaba siempre ocupado, incluso en vacaciones. ¡Cuántos secretos guardará la piedra de marras! ¡Cuántas confidencias! Pasados los años, con el aumento de población del municipio, se crearon sucesivamente otros dos Institutos, ambos en el pueblo. Fue entonces cuando lo bautizamos de verdad dándole el nombre actual, del que nos sentimos tan orgullosos.

La entrada en vigor de la LOGSE podría marcar el Comienzo de una segunda etapa en nuestra historia. Al llegar nuevos cursos procedentes de los Colegios Nacionales, surgieron múltiples y variadas complicaciones. La principal, motivada por la falta de espacio, algo nada nuevo, si pensamos que estábamos acostumbrados a encontrar sitio donde no lo había. No obstante, ya resultó imposible hallarlo en el edificio y por eso se habilitaron las vetustas instalaciones del colegio «María Inmaculada», que anteriormente lo habían sido del cuartel de la Guardia Civil de Pozuelo. Para ir a las clases de COU, había que cruzar la carretera. Un ángel de la guarda, eficiente como ninguno, veló durante años en el semáforo. Y consiguió el milagro de que no hubiera ningún accidente serio. También se impartían en otro edificio colindante las clases de primera etapa de secundaria. Era una situación bastante precaria, y, aunque se llevaba pidiendo durante décadas, no se consiguió la añorada ampliación.

2001-2002

Después de varios años de «estrecheces», se construyó el edificio actual que, tras un laborioso traslado de todas nuestras pertenencias, inauguramos el curso 2001-2002.

Entonces comenzó la tercera y última etapa de nuestra historia. Estrenábamos un edificio nuevo. Más bonito, sin duda. Más completo y mejor equipado, como hijo de tiempos de opulencia. Pero no parece éste un gran mérito cuando se tiene dinero. Había otras cosas que tendrían que haberse valorado más, por ejemplo, una ubicación más céntrica. Confieso que, cuando paso por delante del viejo edificio, no puedo por menos de experimentar una mezcla de ternura y añoranza. Y también de rabia, pues, en la práctica, nos dejaron al barrio de La Estación sin Instituto. En cambio, las instalaciones actuales (con sus deficiencias, que también las hay) son infinitamente mejores.

2004-

El paso inexorable del tiempo ha traído consigo nuevos planes de estudios, ha cambiado profundamente las relaciones entre profesores y alumnos y las enseñanzas medias ha sido objeto de una devaluación evidente. Añádanse las graves consecuencias que problemas como la conflictividad familiar o la integración de los inmigrantes tienen para la marcha de cualquier Centro. La docencia está a punto de convertirse en una de esas profesiones hoy llamadas de riesgo. Los profesores que pueden se acogen a jubilaciones anticipadas. Más pronto o más tarde habrán de buscarse soluciones. ¡Qué razón tiene el adagio latino! Pero no vale lamentarse: además de inútil, es de viejos.

Crescente López de Juan